Datos del personaje

Trata de una pequeña niña de unos 10 años. Todo comienza con la muerte de su abuelo, el viaje de negocios de sus padres y la misteriosa casa de su abuela.
El primer capítulo trata desde los 10 años hasta los 15 de esta chica.
Imagen física de la chica, cabello color chocolate y ojos color caramelo, piel blanca como la luna, con una dulce y perenne sonrisa.
Es una chica que pasa de una monótona vida a una vida que en ocasiones, enloquece, enamora o incluso asusta. En fin, como la mayoría de las historias, pero esta es diferente, ¿por qué? Por que esta va a ser mi primera historia.

viernes, 31 de agosto de 2012

Segundo capítulo. La carta y el olor a jazmín.

Ya ha pasado algo más de una semana, al entierro fue mucha gente, aunque yo no conocía a la mitad. Pasé todo el día cogida al brazo de mi abuela.

Lo único que siento ahora, son los ojos hinchados, la suave sábana rozando mi cara y el calor de mi cama al estar acurrucada. Me siento débil, frágil, sin ganas de nada. Soñé la noche de la muerte de mi abuelo, mis padres estuvieron conmigo, pero, ahora qué, ellos ya no estaban... Me levanté, me puse unas zapatillas de casa y una bata a juego con mi pijama azul turquesa, nunca me emocionó mucho este color, pero lo eligió mi madre, fue un regalo desde Londres, ahora me parecía tan hermoso, un verdadero tesoro con un valor incalculable...

Bajé la escalera, sin hacer mucho ruido, cogí mi mp3 y comencé a oir alguna de las muchas canciones que tenía. La verdad es que no me apetecía mucho escuchar música, pero mi madre, cada vez que me sentía mal, me la ponía, decía que me distraía, y sí, supongo que tenía razón. Puede que la música sea esa compañía con la que siempre puedes contar, que te entenderá sin importar la situación.

Sobre la mesa, se encontraba mi desayuno, tostadas con mermelada de fresa, mi favorita, aunque en esos momentos todo me sabía a nada. Pero mi abuela sabe como abrir el apetito, o al menos saca un toque humorístico a todo. Un trozo de papel al lado del plato con una antigua caligrafía decía "Espero que las disfrutes, sé que son tus favoritas, si no te las comes, te las verás conmigo". Supongo que esta frase poco amenazante fue la primera que me sacó una sonrisa y me dio un poco de ánimos para desechar la idea de volver a la cama y fundirme con el colchón.

Después de desayunar, fui a lavarme la cara, más despejada, noté algo, algo muy familiar, del cual no me había dado cuenta hasta entonces, olor a jazmín. Mi padre ponía siempre jazmín en la entrada de casa, hacía años que no olía esta flor. Corriendo fui a la entrada, y ahí estaba, tal y como lo preparaba él, sobre un pequeño platito que había en casa, era un plato algo soso, no tenía ni dibujos, ni nada, solo era un trozo de porcelana del cual no sé ni la edad. En casa de mi abuela, nunca había visto ese plato pensé que lo habían llevado a Londres o que estaba en mi verdadera casa. Habría sido mi abuela, pero ¿dónde estaba?, teniendo en cuenta la "carta" improvisada y las tostadas frías se había ido ya hacía un buen rato y con prisa.

Subí al desván, dejé el mp3 en una mesita llena de polvo, y seguramente miles de historias, y abrí la pequeña ventana que se encontraba al final de la habitación. Después, quité la sábana vieja que había encima del cuadro último que pintó mi madre. Había pintado por afición, pero tenía algunos premios. En el cuadro se veía el campo el día de mi onceavo cumpleaños, estábamos mi padre, ella y yo abrazados y de fondo, sobre una mesa de madera, una gran tarta de chocolate con dos velas grandes un gran "11" en ella. No pude evitar que una gran lágrima mojara mi mejilla, todo se veía tan real, tan reciente... quería volver a ese día, a estar de nuevo con ellos.

Tras mi ensoñación recordé que el profesor estaba apunto de llegar y yo en pijama. Entre mis padres y mi abuela decidieron inculcarme a un profesor particular, digamos que mi timidez y mi, en ocasiones, pasotismo a la hora de seguir órdenes, hizo crear esta situación. Me duché, y me vestí lo antes posible, me peiné dejándome el pelo suelto y me acordé de algo, me había dejado el cuadro sin tapar, no podía dejarlo así, se estropearía con tanto polvo. Subí de nuevo al desván, pero estaba tapado, y al lado estaba la carta última que no terminé de leer. No recuerdo haberla dejado ahí, cabe decir que soy muy despistada así que no me sorprendió mucho esta situación. De nuevo cogí el mp3 y comencé a escuchar música, pero ni siquiera me di cuenta de cual era la que sonaba, estaba concentrada en la carta.

"¡Hola Clara!
 Pequeña, no sabes lo que extrañamos esa sonrisa tuya, esa energía y alegría que nos animaba cada día... Esperamos que te lo estés pasando bien, que cada día que pase aprendas cosas nuevas, que pronto se cumplan todos tus sueños... Cariño, no te voy a preguntar si comes bien, ya que la abuela cocina mucho mejor que yo, pero si me preocupa lo de los amigos ¿Por qué no sales? sé que estás en una edad difícil, pero esfuérzate. La abuela, también está preocupada, nos gustaría que conocieras a más gente, que no te encierres en el desván. Sé que pronto volveremos a vernos, que pronto todo volverá a ser como antes, que todas estas palabras escritas, sólo serán eso, palabras escritas, ya no necesitarás el teléfono para hablar con nosotros y las cartas no serán más parte de los regalos de cumpleaños. Pronto estaremos siempre juntos, como la familia que somos.
Espero que te haga ilusión, a nosotros nos la hace, cielo, cuídate hasta que nos veamos. Muchos besos. Mamá y papá."

Fue difícil leer con los ojos llenos de lágrimas. Esta carta era más simple que las anteriores, supongo que porque venían de camino. Mis tristes pensamientos se fueron con el sonido del timbre. Era la abuela, ya de nuevo estaba con el luto y los ojos enrojecidos e hinchados, venía de arreglar unos papeles en el ayuntamiento. Cuando vi los jazmines, le pregunté que de dónde los había sacado pero no obtuve respuesta, cuando se lo iba a preguntar por segunda vez me miró extrañada.
-¿Qué jazmines?.
-Los que están en la mesita de a lado de la puerta, junto a las llaves de casa.
-Y yo que sé los traerías tú del jard... pero si no tenemos ninguna planta de jazmines.-Se interrumpió.
-Eso digo yo.
-¿Seguro que son jazmines?.
Tras un corto silencio, fuimos a la puerta, y allí estaban, frescos como acabados de coger.
-El plato si lo trajiste tú, ¿verdad?.-Susurré mientras un escalofrío recorría mis piernas.
Mi abuela algo extrañada movió la cabeza levemente de lado a lado. Por unos segundos nos quedamos mirando las flores sin decir nada.
-Abuela, no me engañes, sé que has sido tú, yo llevo una eternidad sin salir de casa.
-Clara, no sé como lo has hecho pero no juegues conmigo, te estás pasando con la broma.-Dijo algo nerviosa.
-Pero...
-No-interrumpió- ni peros ni peras, me parece muy bien que hagas esto como recuerdo de tus padres pero con estas cosas no se juegan.
Seguidamente se fue a la cocina. No volví a sacar el tema. ¿Quién traería los dichosos jazmines?.


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